Pasaron los años en la nación de Judá. Había buenos reyes y malos, pero el rey Manasés era el peor de todos. No adoraba a Dios en Judá, y era un muy mal ejemplo para sus súbditos. En cambio, adoraba a muchos ídolos, incluyendo baal y Asherah, e incluso les puso altares y santuarios en el patio del templo de Salomón. Lo peor de todo es que asesinó a uno de sus propios hijos sacrificándolo en el fuego.