Pablo había estado viajando como evangelista misionero por muchos años. El Señor había estado con él para guiarlo y protegerlo mientras difundía el evangelio a cada ciudad, provincia y país. Había pasado por mucho desde su experiencia de conversión en el camino a Damasco. Un día estaba siendo adorado como un dios, y al siguiente estaba siendo apedreado. Una hora estaba echando demonios, y la siguiente estaba siendo encarcelado.