¡El día de Pentecostés había llegado! Los discípulos se habían reunido en el aposento alto para dejar de lado sus diferencias y rezar. Ahora Dios había derramado su Espíritu Santo sobre ellos. Un poderoso viento fuerte había llenado la habitación, y llamas de fuego se cernían sobre cada creyente en la habitación. Estaba claro que Dios había venido a darles algo que nunca antes habían tenido.